En la sociedad actual a nadie se le ocurriría pensar que es glamouroso tener los dientes negros. Sin embargo hubo un tiempo en el que sí era un símbolo de estatus.
En la Inglaterra del siglo XVI tener los dientes negros era considerado un símbolo de estatus social, riqueza y distinción.
Aunque tenía una larga historia en la India y el mundo árabe, el azúcar (llamada “sal dulce”) solo llegó a Europa con los cruzados a partir de finales del siglo XI. Solo se convirtió en un producto de moda entre la élite inglesa cuando se produjo más ampliamente en las colonias en el siglo XVI.
Sin embargo el azúcar era un producto de lujo muy costoso y solo accesible para los más ricos.
De hecho, fuentes de la época, comparaban el azúcar con las perlas y otras especias costosas.
Y una persona que era especialmente adicta al azúcar era la reina Isabel I que reinó en Inglaterra entre los años 1558 a 1603.
En esa época, aún no se habían inventado la pasta de dientes ni se conocían los conceptos básicos de higiene dental.
La reina Isabel I, para evitar el mal aliento, se limpiaba los dientes con una pasta formada por miel y azúcar, lo que hacía que todavía tuviera peor los dientes.
La combinación de una dieta deficiente y malos hábitos de higiene personal resultó en que la dentadura de la reina Isabel I comenzara a deteriorarse pronto. Se estima que alrededor de los cincuenta años, casi todos sus dientes se habían ennegrecido o caído.
Pero curiosamente la reina Isabel I hizo que se percibiera esta característica como algo deseable, así que pronto los nobles y acaudalados empezaron a tener los dientes negros.
Al igual que la piel blanca era deseada porque indicaba que no se trabajaba al aire libre, los dientes negros mostraban que se podía acceder a alimentos lujosos como el azúcar.
Y como siempre que hay un símbolo de estatus, otras personas tratan de imitarlo. Los que no tenían posibilidad de acceder al consumo de azúcar, se pintaban los dientes con hollín para que estuvieran negros y así parecer más ricos.
Es importante notar que esta práctica era específica de la Inglaterra del siglo XVI y difería de otras culturas. Por ejemplo, en Japón, China y el sudeste asiático, el ennegrecimiento de los dientes (ohaguro) era una práctica tradicional con diferentes significados culturales.
El Ohaguro consistía en ennegrecerse los dientes con una solución de limaduras de hierro y vinagre. Fue especialmente popular entre los periodos Heian y Edo, desde el siglo x hasta finales del siglo xix, pero la apertura del país a las costumbres
occidentales durante el periodo Meiji llevó a su paulatina desaparición.
Era una tradición que practicaban sobre todo las mujeres casadas y algunos hombres, casi siempre miembros de la aristocracia y samuráis. Además de la preferencia de la sociedad japonesa por los dientes negros también se consideraba beneficioso para la salud, pues prevenía el deterioro de los dientes al actuar como un antiguo sellador dental.
Sin embargo, a medida que Japón comenzó a adoptar costumbres occidentales durante el periodo Meiji, la práctica del ohaguro comenzó a desaparecer y los estándares de belleza cambiaron. La transición hacia una estética que valoraba los dientes blancos y brillantes, influenciada por las costumbres occidentales, llevó a que las personas que aún tenían los dientes ennegrecidos se sintieran avergonzadas.
Por esta razón, aquellas personas que continuaban con el ohaguro o que tenían los dientes ennegrecidos solían taparse la boca al sonreír o al hablar para no mostrar sus dientes. Este gesto se convirtió en un hábito cultural que perduró incluso después de que la práctica del ohaguro desapareciera por completo. En la sociedad japonesa contemporánea, taparse la boca al sonreír o al reír sigue siendo una muestra de modestia y cortesía, aunque las razones originales hayan cambiado con el tiempo